Elige tu bastón, elige la psicología

Sobre mí

Hola, soy María, psicóloga por vocación y orientadora educativa por convicción.
Desde siempre he sentido que una mirada atenta, una palabra oportuna o un acompañamiento respetuoso pueden marcar una diferencia en la vida de un niño o adolescente. Esa certeza fue la que me llevó a estudiar Psicología y a dedicarme plenamente a ella, porque es mi verdadera vocación y mi mayor pasión.

A través de la orientación educativa, he encontrado el lugar en el que puedo estar en contacto con todas y cada una de las áreas de la psicología: desde el aprendizaje y la motivación, hasta la salud emocional, la prevención, la convivencia o la orientación vocacional. La escuela es para mí mucho más que un espacio de aprendizaje académico; es un entorno donde se construyen vínculos, se forman personas y se definen caminos. Por eso, mi trabajo consiste en acompañar a alumnado, familias y profesorado, favoreciendo el bienestar, la inclusión y el desarrollo integral de cada niño y adolescente.

A lo largo de los años, he continuado formándome en ámbitos que considero fundamentales: educación emocional, salud mental infantojuvenil, prevención de la conducta suicida, bullying y ciberbullying, altas capacidades, igualdad de género, violencia escolar, duelo en catástrofes, entre otros. Esta formación constante me permite responder de forma actualizada y comprometida a las necesidades de cada realidad educativa.

Además, mi compromiso con la orientación educativa me llevó a inscribirme en la Sección de Psicología Educativa del Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Oriental (COPAO), como una manera de seguir creciendo y aportando en este ámbito que me apasiona. De igual modo, mi vocación por el servicio a los demás me impulsó a formar parte de la Sección de Psicología de Intervención en Catástrofes y Emergencias del COPAO, desde donde también puedo ofrecer apoyo en contextos especialmente sensibles y de gran vulnerabilidad.

Y si algo llena de sentido mi trayectoria, es que siempre, mi gran recompensa ha sido el feedback positivo de superación, cariño y afecto recibido por parte de los menores y las familias, a los que he podido guiar brindándoles un poquito de luz en su desarrollo académico y personal.

Partiendo siempre de los fundamentos de la psicología, creo en una orientación educativa que escucha con sensibilidad, que motiva y que transforma realidades desde dentro. Mi propósito es acompañar a cada niño, niña y adolescentes para que pueda desplegar todo su potencial, sintiéndose visto, respetado y acompañado en su camino, junto a sus familias y a los docentes que les llevan de la mano.

Fátima: una vida dedicada a proteger y construir futuros


Desde siempre, Fátima ha sentido una profunda curiosidad por el mundo emocional de las personas. Comprender cómo pensamos, sentimos y sanamos no era solo una inquietud, era una vocación que, con el tiempo, se transformó en el motor de su vida. Lo que nunca imaginó fue que, mientras acompañaba a otros en sus procesos, ella misma viviría una transformación igual de profunda.

Su recorrido profesional comenzó en centros de protección de la infancia, lugares donde la vulnerabilidad y la esperanza conviven a diario. Allí, rodeada de historias difíciles, Fátima trabajó con niños y niñas que habían atravesado situaciones muy duras. Cada uno de ellos representaba un nuevo comienzo, un amanecer que debía ser cuidado y protegido.

Su labor no se limitaba a ofrecer un refugio seguro en el presente. Iba mucho más allá: ayudarlos a construir cimientos firmes para que, al salir al mundo, pudieran sostenerse con confianza, dignidad y fuerza. En cada sonrisa recuperada, en cada paso hacia adelante, Fátima encontraba la certeza de que valía la pena seguir luchando por esos futuros.

Con el tiempo, su camino tomó un nuevo rumbo. Impulsada por su instinto protector como madre y su compromiso como psicóloga, Fátima decidió adentrarse en uno de los ámbitos más duros y complejos: el trabajo con mujeres en situación de violencia extrema.

Se encontró frente a realidades que marcan para siempre: víctimas de trata, sobrevivientes de agresiones sexuales, mujeres que habían vivido años de violencia machista. Cada historia era un espejo roto lleno de fragmentos, y su misión consistía en ayudar a recomponerlos poco a poco, sin prisas, con respeto y sensibilidad.

Allí, Fátima descubrió que su labor no era solo clínica, sino también profundamente social y transformadora. Escuchar y acompañar era también una forma de alzar la voz por aquellas que habían sido silenciadas. Era sembrar conciencia en una sociedad que a menudo elige mirar hacia otro lado.

Pero su espíritu inquieto y su deseo de aprender la llevaron a ir más allá. Con la experiencia acumulada y un profundo sentido de compromiso, Fátima se adentró en el mundo de la ayuda humanitaria y la protección internacional.

Fue un salto al vacío lleno de emociones intensas y desafíos inesperados. En este nuevo escenario, trabajó con personas que lo habían perdido todo: hogares destruidos por la guerra, familias separadas por la violencia, comunidades enteras desplazadas por el miedo. Allí comprendió que, aunque cambien los lugares y las lenguas, el dolor y la esperanza hablan un mismo idioma.

Cada misión, cada rostro, cada historia la transformaron. Y, a la vez que acompañaba a otros en su proceso de reconstrucción, ella también seguía construyéndose a sí misma.

Hoy, mirando hacia atrás, Fátima ve un camino lleno de retos, pero también de aprendizajes y victorias silenciosas. Su vida ha estado guiada por un mismo hilo conductor: proteger, acompañar y devolver la confianza a quienes más lo necesitan. Desde un niño que vuelve a sonreír, hasta una mujer que recupera su voz, o una familia que encuentra refugio después de la tormenta, cada historia forma parte de su propia historia.

Fátima es madre, mujer, psicóloga y defensora de la dignidad humana. Sabe que su trabajo no termina al cerrar la puerta de una consulta o al finalizar un proyecto. Su labor se extiende mucho más allá: vive en cada persona que logra sanar, en cada vida que vuelve a levantarse, en cada futuro que empieza a construirse desde cero.

Su mensaje es claro y poderoso: el mundo puede cambiar si nos atrevemos a cuidar y proteger.
Porque cada acto de amor, cada gesto de compromiso y cada palabra de aliento pueden encender una chispa capaz de iluminar incluso la oscuridad más profunda.

Y Fátima, con su historia y su ejemplo, nos recuerda que nunca es tarde para construir un mundo más justo, humano y lleno de esperanza… Un mundo donde nadie quede atrás.